Tur y Dani García protagonistas en una jornada trágica en el Reina Sofía
Algunos días uno, al amanecer, es un héroe al salir de la ducha por dejar el baño libre pero el peor de los villanos sin haber terminado el café. En mi casa, levantar la persiana ya provoca las primeras protestas, pero basta poner los dibujos animados para recuperar la capa de superpapá. Dura poco, hacer que Jimena se lave los dientes me devuelve al lado oscuro. Y vuelta a empezar. Soy un Jordi Tur de la vida. Un todo o nada en cuarenta y cinco minutos.
Tur de alma del equipo a expulsado en 45 minutos
El mediocampista mallorquín venía cargando con la losa de un rendimiento mejorable en su paso por Unionistas hasta que, la semana pasada con la victoria en Lezama y las lágrimas derramadas por ello, pasó a ser el mayor exponente del sentimiento Unionistas para la grada. Cuarenta y cinco minutos le ha durado el beneplácito de la hinchada. El tiempo que ha tardado en ser expulsado por un agarrón a cuarenta metros de la portería. Unionistas se quedaba con uno menos y el Reina Sofía helado. Una roja con sabor a descenso. Sentado en el suelo, desconsolado, volvió a llorar.
Dani García a un metro de la gloria... y del drama
Una hora después era Dani García el que, pitado el final del partido, se desplomaba sobre el césped también para llorar. Veinte minutos antes había fallado el gol que todo el Reina Sofía deseaba cantar. Dani García tuvo en sus botas el gol que tenía el poder de cambiarlo todo. Chuca le había dado el pase perfecto, el portero estaba superado y la portería... vacía. Pero la pelota salió fuera. A metro y medio del gol de la oportunidad de garantizar salvación se escapaba incomprensiblemente enmudeciendo al Reina Sofía.
El día soleado presagiaba que hoy, por fin, Unionistas cerraría este agónico capítulo de la salvación. El Tarazona, ya salvado y con poco en juego, parecía el rival perfecto. Todo salió en contra, no hubo goles, los resultados de los rivales no acompañaron y la salvación se aplaza otra semana.
Unionistas sigue asomado al precipicio y tendrá que jugarse la vida en Barcelona. Allí será el lugar donde los jugadores, a los que hoy no se les puede reprochar nada en cuanto esfuerzo, tendrán que hacer lo que parece imposible: ganar. El fútbol como la vida no entiende de justicia pero sí de segundas oportunidades, de momentos. Queda uno. La última oportunidad
Ad Astra per Aspera.