Unionistas está roto, estábamos todos tan centrados en el éxito que, ahora que las cosas no van bien, nos sentimos peor de lo que estamos.
Soy especialista en anestesiar cada una de mis decepciones y, este año, se me están acumulando. Primero porque pensaba que Gorka Santamaría pelearía por el pichichi, veía en Dani Llácer un Julian Nagelsmann por descubrir, la ilusión del playoff me ayudaba a afrontar los lunes y esperaba que la música del violín de Carlos de la Nava meciera mis sueños. Nada de eso, me encuentro de pronto, en el mes de abril, sufriendo cuando no quiero sufrir porque hasta hace quince días la última de mis ilusiones, la del playoff, todavía estaba con vida. Hoy soy un alma en pena que vago con una nueva decepción a cuestas.
Me pasa siempre. Me compre una airfryer con la certeza de que mi vida a experimentar un cambio radical y sigo cenando a base de snacks y latas de calamares en su tinta, me apunté a hacer kickboxing esperando ser Van Damme y me he quedado más tonto que Topuria, y este año renové mi carnet de Unionistas pensando que iba a ser un valor seguro y me está dando más disgustos que mi inversión en preferentes. Sufro y no quiero sufrir, me ilusionó con nada. Llega Acciari y pienso que va a ser un revulsivo, pero apenas dos partidos después, un línea de cinco jugando en casa, con la consigna de no correr riesgos e Iván Martínez haciendo de quarterback me vuelvo a deprimir.
Vivo esperando que las cosas vayan como me gustaría que fuesen. Así me va. Mientras todo va según espero se puede decir que soy feliz, en el momento en el que lo que sucede se desvía mínimamente de lo que espero soy un hombre sin sentido y me instalo en el sufrir. Voy aguantando, tirado palante, acumulando decepciones. El partido del viernes ante el Arenteiro me dejó tiritando ante la propuesta desde el banquillo. La idea del nuevo técnico no es ganar sino no perder ningún partido de aquí al final de temporada. Puede que así se saquen los puntos suficientes pero, mientras tanto, el miedo seguirá instalado hasta que las matemáticas no nos digan que hemos salido del pozo.
Para soportar esto he decidido recurrir a la alegría como hace Manuel Vilas en sus libros, mirar más allá. Buscar alegría en un regate de Jonny, en un control de Iván Moreno, en una galopada de Vergés en el minuto noventa, en una parada salvadora de Iván Martínez, en De la Nava descolgando un balón imposible, en un remate de Imanol Baz, en una llegada de segunda línea de Rabadán, en un golpeo a balón parado de Pau, en una falta de Ramiro en un contra letal, en un remate de killer de Santamaría, en un cambio de juego de Chuca, en una carrera con sentido de Jordi Tur, en una muestra de gallardía de Iñaki, en un centro preciso de Pascual, en un fuera de juego bien tirado de Ortuño, en un corte crucial de Carlos García, en una entrada sin falta de Serrano, en uno contra uno de Rastrojo que acaba en gol, en Álvaro Gómez matando al rival en un contraataque y en un Reina repleto atronando con un Toda la grada... para llevar en volandas al equipo y la ciudad.
Todo porque ahora ya no soy el aficionado de un Unionistas al que le iba todo de cara. Ahora soy el aficionado de un Unionistas que tiene que hacer frente a un mal momento. Así que con mi Diazepam, mis motivos para la alegría y sabiendo que toca sufrir. Ad Astra per Aspera.